
Solo quedaron mis flores
Solo quedaron mis flores El gimnasio de San Rafael de Mucuchíes olía a humanidad cansada. Nueve familias compartían aquel espacio improvisado como refugio, y en cada rostro se leía el mismo lenguaje: resignación, agotamiento, y esa mirada que sólo tiene quien ha perdido demasiado. Sin embargo, entre todos ellos, había una mujer cuya tristeza era distinta… más profunda, más antigua, como si cargara no solo con su propia pena, sino con la de generaciones enteras. Se llama Magali Castillo. Nos buscó con una mezcla de urgencia y esperanza, como si al contarnos su historia pudiera aliviar, aunque fuera un poco, el peso que la doblaba por dentro. —Perdí mi casita… —dijo con una voz tan quebrada que no era necesario