Los colores que se llevó la lluvia

Mientras hacíamos seguimiento a las comunidades afectadas por las lluvias en el estado Mérida, recorrimos zonas donde el lodo y el agua habían borrado las fronteras entre los hogares y las quebradas. Nos informaron que algunas familias se habían refugiado en una escuela rural, en lo alto de una montaña del sector El Estafiche. Subimos con la intención de recolectar información que nos permitiera planificar una respuesta efectiva. Pero lo que encontramos fue mucho más que una necesidad: encontramos una historia.
Allí, entre paredes de concreto frío y colchonetas improvisadas, conocimos a dos familias desplazadas. Entre ellas, estaba Gleynerson, un niño de aproximadamente cuatro años.
Mientras mi equipo realizaba encuestas, sentí unas pequeñas manos tirando de mi pantalón.

Era él. Tenía las mejillas rojas por el frío de la montaña, y sus ojos, brillantes y puros, reflejaban un mundo aún intacto, ajeno al desastre.
Hablamos. Mucho más de lo que uno esperaría de un niño de su edad. Me contó que le encantaba pintar. Sus palabras salían con entusiasmo, como si por un instante hubiese olvidado que su realidad había cambiado. Cuando le pedí que me mostrara sus dibujos, bajó la mirada y dijo:
— No puedo… mis colores están en mi cartuchera, y mi cartuchera está en mi casa.
Hizo una pausa, y añadió con voz suave:
— Pero tuvimos que salir porque empezó a salir agua por el piso. Dejamos todo. Pero cuando regrese, te los enseño.
Me quedé sin palabras. ¿Cómo decirle que su casa ya no está? ¿Cómo explicarle que quizás nunca vuelva a ver sus juguetes, ni su cartuchera, ni esos colores que tanto ama? No pude. Solo lo escuché, con un nudo en la garganta, sabiendo que estaba frente a un pequeño que aún no comprendía la magnitud de lo que había perdido.

Al despedirme, su historia me siguió como una sombra. Se la conté al equipo, y hubo silencio. Un silencio que solo se rompe cuando el corazón se estrecha.
Al día siguiente regresamos. Pero esta vez, no fuimos con las manos vacías. Llevamos cuadernos, lápices, creyones… objetos sencillos que, en otras circunstancias, pasarían desapercibidos, pero que para él representaban el puente de regreso a un mundo donde todo aún era color.

Esta imagen refleja más que un gesto. Es testimonio de cómo las palabras de un niño pueden tocar a un adulto que, erróneamente, pensaba que ya nada podía sorprenderlo.

Esta imagen refleja más que un gesto. Es testimonio de cómo las palabras de un niño pueden tocar a un adulto que, erróneamente, pensaba que ya nada podía sorprenderlo.

🎨 Porque, a veces, un acto de amor sencillo puede pintar esperanza donde todo parecía gris.

🫶 Si deseas ayudar a Gleynerson y a su familia, puedes hacerlo a través del siguiente enlace:
👉 https://adravenezuela.com/como-donar/

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